La seguridad aérea es de interés público y afecta a toda la sociedad (Javier Aguado del Moral)


In times of universal deceit, telling the truth becomes a revolutionary act (George Orwell)


Cuando el sabio señala la luna, el necio se queda mirando el dedo (Confucio)

viernes, 10 de febrero de 2012

ENTRE TODOS LA MATARON Y ELLA SOLA SE MURIÓ


El equipo de Las mentiras de Barajas quiere expresar su solidaridad con los trabajadores de la compañía Spanair, principales damnificados de una crisis con múltiples caras.

En primer lugar es un drama laboral de primera magnitud. 2.604 trabajadores se han quedado sin trabajo, y todos sabemos lo que significa perder el trabajo. La fotografía de un trabajador currículum vitae en mano, publicada en Aviación Digital, ejemplifica el drama de 2.604 familias. Las palabras en este momento están de más, y las autoridades deben hacer todo lo que esté en su mano y actuar con la misma diligencia que mostraron a la hora de ayudar a los bancos, para que se puedan recolocar en otras compañías en condiciones laborales dignas o bien acceder inmediatamente a la prestación de desempleo.


La dirección de la compañía no avisó a los pasajeros y vendió pasajes hasta el mismo momento del cierre. Tratándose de España no les pasará nada, por mucho que la ministra, con sonrisa intercalada, les haya amenazado con el fuego del infierno. Tratándose de un país de la Unión Europea deberían acabar en la cárcel y con su patrimonio intervenido a la espera de depurar la responsabilidad civil de su indecente actuación.

Cuando se habla de Spanair vienen a nuestra retina las imágenes del accidente del vuelo JK-5022 en el Aeropuerto de Madrid-Barajas.

La disolución de la compañía podría suponer, asimismo, la disolución de las responsabilidades de los directivos. ¿Alguno cree honestamente que la justicia española, lenta, lentísima, imputará a los directivos de una compañía desaparecida de la que sólo quedará el recuerdo y cuyos papeles dormirán, en el mejor de los casos, en algún zulo imposible de localizar?

No es extraño que la Asociación de Afectados del Vuelo JK5022, como acusación particular, haya criticado que no imputen a directivos, y que hasta el momento los dos únicos acusados por la justicia española, lenta, lentísima, sean dos técnicos de mantenimiento. (Leer la noticia en Aviación Digital).

Y queremos reseñar la solidaridad y apoyo que han mostrado las familias de la asociación, que recuerdan fueron los empleados de la aerolínea los que estuvieron a su lado y les ayudaron en todo lo que hizo falta.

En palabras de la presidente de la Asociación: "Ninguno de nosotros puede olvidar que los días posteriores a la tragedia aérea del 20 de agosto de 2008 se volcaron día y noche, dejando de lado su familia y su vida, al margen de su condición de empleados de la compañía, mostrando una cercanía, comprensión y humanidad que no sentimos con sus directivos."

Y no olvidamos la situación en la que quedarán los dos técnicos de mantenimiento imputados, ¿quién costeará su defensa ahora que la empresa se ha declarado en quiebra?

Con la quiebra de Spanair se ha escrito el enésimo capítulo de la descomposición del entramado o tinglado político-empresarial tejido por los diversos gobiernos autonómicos en la vertiente aeronáutico-aeroportuaria. En la España de las Autonomías, o tenías aeropuerto o aeropuertos que gestionar o no eras nadie, y si querías destacar sobre los demás, disponer de compañía aérea propia te encumbraba a la cúspide de las aspiraciones diferenciadoras. El hecho diferencial ya no estaba en la lengua o las competencias transferidas, sino en el peso aeronáutico. Así, Cataluña, con su compañía de bandera Spanair, aspiraba a convertir el Aeropuerto de Barcelona-El Prat en un gran distribuidor del tráfico aéreo con el que brillar con luz propia en el universo aeroportuario, capaz de competir con Londres-Heathrow por el liderazgo europeo.

Recomendamos la lectura de la editorial de Aviación Digital Spanair: Vuestro modelo ha quebrado, y estas son las consecuencias.

La desaparición de Spanair supone que su “cartera de clientes” o cuota de mercado esté “disponible” y lista para ser engullida por el resto de competidores. Menos competencia supondrá precios más altos, al menos temporalmente hasta que se restablezca el equilibrio.


Los depredadores, primero, y los carroñeros, después, se repartirán el cadáver de Spanair. Y así será, los depredadores se llevarán las mejores partes y los carroñeros lo que quede, dejando para el paisaje el esqueleto hasta que el tiempo lo haga desaparecer. Aunque la analogía es dura, así sucederá con sus trabajadores, su cuota de mercado y sus activos.

Y duele decirlo, pero ya está el carroñero irlandés sobrevolando los todavía restos calientes de Spanair, haciendo bueno el dicho de que tiempo de crisis es tiempo de oportunidades. Sueldos de 600 euros y nuevas rutas aéreas al calor de las subvenciones autonómicas esperan a unos y a otros.

¿Qué sucederá con los aviones? No lo sabemos a ciencia cierta, pero cuidado con aquellos aventureros que no dudan en viajar en esas aerolíneas que vuelan de Somalia a Zimbabue, porque serán sus próximos pasajeros, una vez hayan purgado su penitencia varios años en algún hangar de ninguna parte.

Dejamos para el final lo más importante, la seguridad aérea. ¿Estuvo plenamente garantizada la seguridad en todos los vuelos de Spanair en todo momento? Y la pregunta que hacen en la web de los controladores aéreos, ¿Conocía la AESA la situación de Spanair?

Y transcribimos el final del artículo, donde hacen las preguntas que la AESA debería contestar:

Por tanto hay que preguntarse: ¿Conocía la AESA la situación de Spanair? Si la conocía, ¿por qué se les permitía seguir volando? Y si no la conocía, ¿por qué? ¿O es que han estado mintiendo los gestores de Spanair? ¿O es que la AESA no ha realizado su labor? Y siguiendo con el razonamiento: ¿existen casos similares en la actualidad que puedan afectar a la continuidad y seguridad del servicio -ya sea compañías aéreas o prestadores de servicio - y la AESA los desconoce o aún conociéndolos no interviene?

Muchas preguntas, muchas incógnitas, muchos damnificados y unos pocos beneficiados, mientras las administraciones autonómica catalana y central miran al escenario como dos espectadores más que pretenden aparentar.