El próximo 1 de abril la cántabra Elena Mayoral Corcuera asumirá la dirección del Aeropuerto Internacional de Madrid-Barajas, en sustitución de Miguel Ángel Oleaga Zufiría, que ha sido el director desde 2001.
Y se va sin pedir perdón, no ya por la tremenda deuda que deja, ni por el desastroso diseño del aeródromo madrileño, ni por su peligrosa operación, de los que alguna responsabilidad tendrá. Se va sin pedir perdón a las víctimas supervivientes y familiares de los 154 fallecidos del accidente del vuelo JK5022 de la compañía Spanair; entre otras cosas, como responsable político y operativo directo de las muertes que se produjeron por el retraso en la asistencia de emergencia sanitaria en el lugar del accidente.
Fue un juez tibio e indolente el que lo libró de la imputación al alegar que “las muertes y heridas de los ocupantes del avión fueron consecuencia directa de la caída de la aeronave.” Razonamiento absurdo, porque, en caso de accidente, la actuación rápida y eficaz de los servicios de emergencia evita la muerte de muchos heridos. Quizá este juez esperaba que los heridos fueran por su propio pie a las urgencias del hospital más cercano.
Además el Sr. Oleaga también es responsable de que al final de la pista un barranco y un río despidan a los aviones que despegan por la pista 36L. Y que siguen ahí desde entonces. Tan sencillo como dar un puñetazo encima de la mesa ¡o los eliminan o dimito! Pero ¡ay amigo!, la nómina que le pagan pesó más que la dignidad, la decencia, la responsabilidad y el sentido común.
¿Cuántas víctimas se habrían evitado de no existir esa trampa al final de la pista 36L? Él sabrá, porque las lleva sobre su conciencia.
¿Cuántas muertes se habrían evitado si los servicios de emergencia no hubieran tardado entre 30 y 40 minutos en aparecer en la zona en la que se accidentó el avión de Spanair?
Y tuvo tiempo de recapacitar y realizar algún gesto hacia las víctimas. Uno que no le habría concedido la absolución, pero sí habría ayudado a cerrar algunas heridas, hubiera sido acompañar a la Asociación de Víctimas del JK5022 en el estreno de la película JK022, UNA CADENA DE ERRORES; pero no, actuó como un cobarde escondido detrás de su cargo, su nómina y la indecencia santo y seña de los directivos de AENA. Y le preguntamos ¿prohibió la asistencia de algún trabajador dependiente directamente de usted al estreno del documental bajo amenaza de represalias?
¿Por qué cuesta tanto pedir perdón? ¿Por qué nadie asume las responsabilidades amargas que le corresponden? ¿Acaso lo ven la antesala de la dimisión o al cese? Confunden la debilidad de algo tan humano como el error, por muy grave que sea, con la fortaleza de asumir la responsabilidad, hacerlo público y mirar a la cara de las víctimas. Cometer errores es la base del progreso; para avanzar hay que asumirlos, identificarlos y poner los remedios para que no se repitan; nunca esconderse en la autocomplacencia, el orgullo o el miedo. Quizá la razón por la que Miguel Ángel Oleaga Zufiría no se atreve a pedir perdón es porque teme que no se lo concedan, y ese sea su mayor miedo.
Adjuntamos dos artículos publicados en El Mundo los pasados 21 de abril de 2012, ¿Por qué cuesta tanto pedir perdón?, y 2 de diciembre del mismo año ¿Por qué tienen que pedir perdón?, en el que falta el señor Oleaga Zufiría, todavía por unos días director del Aeropuerto de Madrid-Barajas.
¿Por qué cuesta tanto pedir perdón?
Uno de los motivos es que la imagen autoidealizada de uno mismo se rompe
El orgullo, un obstáculo a la hora de pedir perdón
Para un político, aceptar la culpa es admitir que no ha sido ejemplar
"Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir". Estas once palabras pronunciadas el pasado miércoles por el Rey con gesto apesadumbrado hicieron que todos los medios llevaran sus portadas el hecho insólito de que el monarca había pedido perdón, eso que tanto cuesta pedir a la mayoría de los seres humanos.
Pero, ¿por qué a las personas les cuesta tanto pedir disculpas? Los expertos consultados por este periódico coinciden en que la mayor dificultad de mostrar arrepentimiento por algo que se ha hecho radica en que, al aceptar el error, se rompe la imagen idealizada que uno tiene de sí mismo.
"Cuando metemos la pata esa imagen autoidealizada que se tiene de uno mismo se rompe, de modo que lo más fácil es agarrarse a esa autoimagen y justificar lo que se ha hecho", explica Vicens Olivé, autor del libro 'PNL & Coaching' y quien es experto en ambas materias.
Olivé señala que la tentación que se tiene al "meter la pata" es "salvar la papeleta para no comprometer el ego, porque eso acaba doliendo pues significa cambiar la imagen que uno tiene de sí mismo y se produce una bajada de ego bastante gorda".
Para Olivé lo que hay detrás de esa resistencia a pedir perdón es una cuestión de orgullo, de creerse lo que no se es. "Cuando en vez de orgullo se tiene humildad sí que se puede pedir perdón", explica.
El psicólogo Carlos Odriozola, especializado en la elaboración de procesos de duelo y quien lleva años impartiendo cursos de psicología práctica para la vida, coincide con Olivé en que el orgullo es un obstáculo a la hora de solicitar el perdón.
La culpa
Odriozola explica que para comprender la importancia de pedir perdón en toda su dimensión hay que "retroceder a un estadio anterior, que es el de la culpa entendida como sentimiento de indignidad que surge como acción u omisión que va en contra de mis principios, de mis valores. Todo empezaría desde ahí", señala.
"La tentación al meter la pata es salvar la papeleta para no comprometer el ego" Vicens Olivé, experto en PNL y 'coaching'
La forma adulta de encarar esa culpa, precisa Odriozola, es transformándola en responsabilidad, momento en el que "decimos no me gusta lo que lo que hecho, lo siento y trataré de que no vuelva a suceder". Esta transformación de la culpa en responsabilidad "ya produce un profundo sentimiento de serenidad", asegura Odriozola quien, sin embargo, establece un tercer paso para liberarse de esa culpa: el pedir perdón de forma explícita, algo que según la opinión de este psicólogo no ha hecho el monarca.
"El Rey ha transformado su culpa en responsabilidad al decir que no volverá a ocurrir pero no ha dado el tercer paso que es pedir perdón. Él no pide perdón de forma explícita, en ningún momento menciona esa palabra, y ése es precisamente el momento más complicado porque el poder de perdonar no lo tengo yo, lo tiene el otro, mientras que el sentir algo depende de forma exclusiva de uno mismo", señala Odriozola, para quien pedir perdón exige de "muchísima humildad porque tengo que aceptar la posibilidad de que el otro no quiera concedérmelo".
La reparación
Olivé, por su parte, explica el perdón desde el punto de vista de la programación neurolingüística, la ciencia y el arte que estudia la percepción individual y mental que tiene una persona del mundo. Desde este punto de vista el pedir perdón tiene mucho que ver con la incongruencia entre lo que dices y lo que haces. "Uno a sí mismo se justifica sus incongruencias, pero si esa justificación queda fuera es cuando se produce lo que se llama confrontación e implica que me digan 'dijiste tal cosa pero hiciste otra'".
"Pedir perdón es lo más complicado porque el poder de perdonar no lo tengo yo" Carlos Odriozola, psicólogo
Para este experto en PNL es muy sanador pedir perdón porque es una "forma de reparar" un daño que se ha hecho. Eso sí, "a veces sólo con el perdón no basta y hay que reparar las consecuencias". Como ejemplo pone lo que sucede en una pareja después de una infidelidad, "cuando el daño está hecho y hay que repararlo".
El doctor en Psicología, teólogo y filósofo Lluís Serra también cree que la dificultad de pedir perdón tiene mucho que ver con el ego personal. "Primero hay que ser consciente de lo que se ha hecho, segundo de que lo hecho no está bien y, tercero, de que mi comportamiento puede haber perjudicado a otras personas", explica Serra, para quien la dificulta de pedir disculpas también "viene del orgullo personal, de la vanidad, de las diferentes posturas del ego".
"Al pedir perdón hay una cierta pérdida de imagen social, pero el salir a arrepentirse puede dar credibilidad a una persona, el perdón tiene efectos positivos cuando una persona acepta su debilidad", señala Serra, para quien las disculpas del Rey han provocado que "se haya reconducido la presión social" por la cacería del monarca.
Más difícil para los personajes públicos
¿Es más difícil para un personaje público pedir perdón? El asesor de Comunicación Antoni Gutiérrez-Rubí explica que se "ha cultivado la idea de que la política son las virtudes públicas", pero, desde su punto de vista, "lo realmente relevante, cada vez más, es la coherencia entre lo que piensas, dices y haces" de ahí que para un personaje público pedir perdón signifique "reconocer la ruptura de esta cadena de valor de legitimidad".
"Una escena pública de constricción hace a un político más humano" Antoni Gutiérrez-Rubí, experto en Comunicación
"Al político se le exige ejemplaridad, por lo que pedir perdón significa que el político acepta que no ha sido ejemplar. Lo que conlleva un gran simbolismo, porque su ejemplaridad tiene que ver con ser honesto con su trabajo y con sus deberes hacia la sociedad", sostiene Gutiérrez-Rubí, quien señala que pedir perdón "es también considerado por muchos políticos como síntoma de debilidad, de persona que erra, de ahí la enorme dificultad de reconocer los errores como parte de un proceso de rendición de cuentas".
Sin embargo, continúa este experto, estas escenificaciones públicas de la constricción "suelen traer consigo notables beneficios porque hacen a los políticos más humanos, acercándoles a sus electores a través de la empatía". "Transmiten el mensaje de decirles soy como tú, soy normal, también hago y digo cosas de las que acabo arrepintiéndome", especifica.
"Además, al reconocer que has incurrido en una falta pero que estás dispuesto a regenerarte, se transmite la idea de que también el elector debería estar dispuesto a darte una oportunidad. Y, en último término, la historia de la persona que toca fondo y que es capaz de superar las adversidades es impagable en términos de relato político", dice Gutiérrez-Rubí, para quien en nuestra tradición sociológica, fuertemente ligada a la cultura católica, los errores son interiorizados como pecados y se ven socialmente así, mientras que en el contexto anglosajón y protestante, por ejemplo, el error es parte del itinerario del esfuerzo.
Las dimensiones del perdón
Serra diferencia, además, dos dimensiones en el perdón: una psicológica y otra moral y religiosa. "Lo que no se puede hacer es vivirlo desde una visión moral sin asumir el significado del perdón porque si no, no se integra en la persona", señala. "A veces te dice perdono pero no olvido, lo que indica que hay algo que no funciona ahí", pone como ejemplo.
"Al solicitar perdón hay una cierta pérdida de imagen social" Lluís Serra, doctor en Psicología
Este doctor en Psicología también señala que no es lo mismo pedir perdón que el hecho de que te lo pidan, porque "cuando me lo piden son otros mecanismos los que tengo que poner en juego para aceptarlo", algo que "vale la pena hacer porque es una manera de restablecer la constelación de la persona".
"Una persona que tiene una herida y no la cicatriza se hace daño a sí misma", asegura Serra, para quien es necesario hacer un proceso, a veces muy largo, para llegar a la aceptación del perdón porque "el darlo se puede interpretar como debilidad pero en realidad es fortaleza".
Para Serra es muy positivo plantearse qué heridas ha recibido cada uno y como está respecto a ellas y si las ha cicatrizado o no. "Es un tema muy interesante porque aquí entra en juego la felicidad personal. Yo he visto a personas que están ancladas en vidas pasadas, no lo han superado y viven en aquel momento, distorsionadas por el dolor de esa herida", asegura.
Y se va sin pedir perdón, no ya por la tremenda deuda que deja, ni por el desastroso diseño del aeródromo madrileño, ni por su peligrosa operación, de los que alguna responsabilidad tendrá. Se va sin pedir perdón a las víctimas supervivientes y familiares de los 154 fallecidos del accidente del vuelo JK5022 de la compañía Spanair; entre otras cosas, como responsable político y operativo directo de las muertes que se produjeron por el retraso en la asistencia de emergencia sanitaria en el lugar del accidente.
Fue un juez tibio e indolente el que lo libró de la imputación al alegar que “las muertes y heridas de los ocupantes del avión fueron consecuencia directa de la caída de la aeronave.” Razonamiento absurdo, porque, en caso de accidente, la actuación rápida y eficaz de los servicios de emergencia evita la muerte de muchos heridos. Quizá este juez esperaba que los heridos fueran por su propio pie a las urgencias del hospital más cercano.
Además el Sr. Oleaga también es responsable de que al final de la pista un barranco y un río despidan a los aviones que despegan por la pista 36L. Y que siguen ahí desde entonces. Tan sencillo como dar un puñetazo encima de la mesa ¡o los eliminan o dimito! Pero ¡ay amigo!, la nómina que le pagan pesó más que la dignidad, la decencia, la responsabilidad y el sentido común.
¿Cuántas víctimas se habrían evitado de no existir esa trampa al final de la pista 36L? Él sabrá, porque las lleva sobre su conciencia.
¿Cuántas muertes se habrían evitado si los servicios de emergencia no hubieran tardado entre 30 y 40 minutos en aparecer en la zona en la que se accidentó el avión de Spanair?
Y tuvo tiempo de recapacitar y realizar algún gesto hacia las víctimas. Uno que no le habría concedido la absolución, pero sí habría ayudado a cerrar algunas heridas, hubiera sido acompañar a la Asociación de Víctimas del JK5022 en el estreno de la película JK022, UNA CADENA DE ERRORES; pero no, actuó como un cobarde escondido detrás de su cargo, su nómina y la indecencia santo y seña de los directivos de AENA. Y le preguntamos ¿prohibió la asistencia de algún trabajador dependiente directamente de usted al estreno del documental bajo amenaza de represalias?
¿Por qué cuesta tanto pedir perdón? ¿Por qué nadie asume las responsabilidades amargas que le corresponden? ¿Acaso lo ven la antesala de la dimisión o al cese? Confunden la debilidad de algo tan humano como el error, por muy grave que sea, con la fortaleza de asumir la responsabilidad, hacerlo público y mirar a la cara de las víctimas. Cometer errores es la base del progreso; para avanzar hay que asumirlos, identificarlos y poner los remedios para que no se repitan; nunca esconderse en la autocomplacencia, el orgullo o el miedo. Quizá la razón por la que Miguel Ángel Oleaga Zufiría no se atreve a pedir perdón es porque teme que no se lo concedan, y ese sea su mayor miedo.
Adjuntamos dos artículos publicados en El Mundo los pasados 21 de abril de 2012, ¿Por qué cuesta tanto pedir perdón?, y 2 de diciembre del mismo año ¿Por qué tienen que pedir perdón?, en el que falta el señor Oleaga Zufiría, todavía por unos días director del Aeropuerto de Madrid-Barajas.
¿Por qué cuesta tanto pedir perdón?
Uno de los motivos es que la imagen autoidealizada de uno mismo se rompe
El orgullo, un obstáculo a la hora de pedir perdón
Para un político, aceptar la culpa es admitir que no ha sido ejemplar
"Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir". Estas once palabras pronunciadas el pasado miércoles por el Rey con gesto apesadumbrado hicieron que todos los medios llevaran sus portadas el hecho insólito de que el monarca había pedido perdón, eso que tanto cuesta pedir a la mayoría de los seres humanos.
Pero, ¿por qué a las personas les cuesta tanto pedir disculpas? Los expertos consultados por este periódico coinciden en que la mayor dificultad de mostrar arrepentimiento por algo que se ha hecho radica en que, al aceptar el error, se rompe la imagen idealizada que uno tiene de sí mismo.
"Cuando metemos la pata esa imagen autoidealizada que se tiene de uno mismo se rompe, de modo que lo más fácil es agarrarse a esa autoimagen y justificar lo que se ha hecho", explica Vicens Olivé, autor del libro 'PNL & Coaching' y quien es experto en ambas materias.
Olivé señala que la tentación que se tiene al "meter la pata" es "salvar la papeleta para no comprometer el ego, porque eso acaba doliendo pues significa cambiar la imagen que uno tiene de sí mismo y se produce una bajada de ego bastante gorda".
Para Olivé lo que hay detrás de esa resistencia a pedir perdón es una cuestión de orgullo, de creerse lo que no se es. "Cuando en vez de orgullo se tiene humildad sí que se puede pedir perdón", explica.
El psicólogo Carlos Odriozola, especializado en la elaboración de procesos de duelo y quien lleva años impartiendo cursos de psicología práctica para la vida, coincide con Olivé en que el orgullo es un obstáculo a la hora de solicitar el perdón.
La culpa
Odriozola explica que para comprender la importancia de pedir perdón en toda su dimensión hay que "retroceder a un estadio anterior, que es el de la culpa entendida como sentimiento de indignidad que surge como acción u omisión que va en contra de mis principios, de mis valores. Todo empezaría desde ahí", señala.
"La tentación al meter la pata es salvar la papeleta para no comprometer el ego" Vicens Olivé, experto en PNL y 'coaching'
La forma adulta de encarar esa culpa, precisa Odriozola, es transformándola en responsabilidad, momento en el que "decimos no me gusta lo que lo que hecho, lo siento y trataré de que no vuelva a suceder". Esta transformación de la culpa en responsabilidad "ya produce un profundo sentimiento de serenidad", asegura Odriozola quien, sin embargo, establece un tercer paso para liberarse de esa culpa: el pedir perdón de forma explícita, algo que según la opinión de este psicólogo no ha hecho el monarca.
"El Rey ha transformado su culpa en responsabilidad al decir que no volverá a ocurrir pero no ha dado el tercer paso que es pedir perdón. Él no pide perdón de forma explícita, en ningún momento menciona esa palabra, y ése es precisamente el momento más complicado porque el poder de perdonar no lo tengo yo, lo tiene el otro, mientras que el sentir algo depende de forma exclusiva de uno mismo", señala Odriozola, para quien pedir perdón exige de "muchísima humildad porque tengo que aceptar la posibilidad de que el otro no quiera concedérmelo".
La reparación
Olivé, por su parte, explica el perdón desde el punto de vista de la programación neurolingüística, la ciencia y el arte que estudia la percepción individual y mental que tiene una persona del mundo. Desde este punto de vista el pedir perdón tiene mucho que ver con la incongruencia entre lo que dices y lo que haces. "Uno a sí mismo se justifica sus incongruencias, pero si esa justificación queda fuera es cuando se produce lo que se llama confrontación e implica que me digan 'dijiste tal cosa pero hiciste otra'".
"Pedir perdón es lo más complicado porque el poder de perdonar no lo tengo yo" Carlos Odriozola, psicólogo
Para este experto en PNL es muy sanador pedir perdón porque es una "forma de reparar" un daño que se ha hecho. Eso sí, "a veces sólo con el perdón no basta y hay que reparar las consecuencias". Como ejemplo pone lo que sucede en una pareja después de una infidelidad, "cuando el daño está hecho y hay que repararlo".
El doctor en Psicología, teólogo y filósofo Lluís Serra también cree que la dificultad de pedir perdón tiene mucho que ver con el ego personal. "Primero hay que ser consciente de lo que se ha hecho, segundo de que lo hecho no está bien y, tercero, de que mi comportamiento puede haber perjudicado a otras personas", explica Serra, para quien la dificulta de pedir disculpas también "viene del orgullo personal, de la vanidad, de las diferentes posturas del ego".
"Al pedir perdón hay una cierta pérdida de imagen social, pero el salir a arrepentirse puede dar credibilidad a una persona, el perdón tiene efectos positivos cuando una persona acepta su debilidad", señala Serra, para quien las disculpas del Rey han provocado que "se haya reconducido la presión social" por la cacería del monarca.
Más difícil para los personajes públicos
¿Es más difícil para un personaje público pedir perdón? El asesor de Comunicación Antoni Gutiérrez-Rubí explica que se "ha cultivado la idea de que la política son las virtudes públicas", pero, desde su punto de vista, "lo realmente relevante, cada vez más, es la coherencia entre lo que piensas, dices y haces" de ahí que para un personaje público pedir perdón signifique "reconocer la ruptura de esta cadena de valor de legitimidad".
"Una escena pública de constricción hace a un político más humano" Antoni Gutiérrez-Rubí, experto en Comunicación
"Al político se le exige ejemplaridad, por lo que pedir perdón significa que el político acepta que no ha sido ejemplar. Lo que conlleva un gran simbolismo, porque su ejemplaridad tiene que ver con ser honesto con su trabajo y con sus deberes hacia la sociedad", sostiene Gutiérrez-Rubí, quien señala que pedir perdón "es también considerado por muchos políticos como síntoma de debilidad, de persona que erra, de ahí la enorme dificultad de reconocer los errores como parte de un proceso de rendición de cuentas".
Sin embargo, continúa este experto, estas escenificaciones públicas de la constricción "suelen traer consigo notables beneficios porque hacen a los políticos más humanos, acercándoles a sus electores a través de la empatía". "Transmiten el mensaje de decirles soy como tú, soy normal, también hago y digo cosas de las que acabo arrepintiéndome", especifica.
"Además, al reconocer que has incurrido en una falta pero que estás dispuesto a regenerarte, se transmite la idea de que también el elector debería estar dispuesto a darte una oportunidad. Y, en último término, la historia de la persona que toca fondo y que es capaz de superar las adversidades es impagable en términos de relato político", dice Gutiérrez-Rubí, para quien en nuestra tradición sociológica, fuertemente ligada a la cultura católica, los errores son interiorizados como pecados y se ven socialmente así, mientras que en el contexto anglosajón y protestante, por ejemplo, el error es parte del itinerario del esfuerzo.
Las dimensiones del perdón
Serra diferencia, además, dos dimensiones en el perdón: una psicológica y otra moral y religiosa. "Lo que no se puede hacer es vivirlo desde una visión moral sin asumir el significado del perdón porque si no, no se integra en la persona", señala. "A veces te dice perdono pero no olvido, lo que indica que hay algo que no funciona ahí", pone como ejemplo.
"Al solicitar perdón hay una cierta pérdida de imagen social" Lluís Serra, doctor en Psicología
Este doctor en Psicología también señala que no es lo mismo pedir perdón que el hecho de que te lo pidan, porque "cuando me lo piden son otros mecanismos los que tengo que poner en juego para aceptarlo", algo que "vale la pena hacer porque es una manera de restablecer la constelación de la persona".
"Una persona que tiene una herida y no la cicatriza se hace daño a sí misma", asegura Serra, para quien es necesario hacer un proceso, a veces muy largo, para llegar a la aceptación del perdón porque "el darlo se puede interpretar como debilidad pero en realidad es fortaleza".
Para Serra es muy positivo plantearse qué heridas ha recibido cada uno y como está respecto a ellas y si las ha cicatrizado o no. "Es un tema muy interesante porque aquí entra en juego la felicidad personal. Yo he visto a personas que están ancladas en vidas pasadas, no lo han superado y viven en aquel momento, distorsionadas por el dolor de esa herida", asegura.